El amor a primera vista no tiene nada de excepcional. El verdadero milagro es el amor que dura para siempre y crece con los años.
Por: Michael Ryan Grace | Fuente: Catholic.net
En una ceremonia de boda donde todo son felicitaciones, fotos, sonrisas y fiesta, las palabras del rito tienen una nota disonante que siempre me han llamado la atención: en lo adverso. ¿No parece fuera de lugar y hasta de mal gusto recordar la adversidad en un momento así? Sin embargo, en esas palabras va toda una visión del matrimonio y del amor. Esto es lo que las siguientes líneas quieren explicar.
“Yo te tomo a ti por esposa/o y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Estas son las hermosas palabras con las que dos personas se convierten en marido y mujer. Durante la vida de la pareja la fidelidad a estas palabras va a exigir una gran dosis de inteligencia y de virtud. Inteligencia y virtud que suponen un concepto profundo del amor.
¿Qué tipo de amor es el que hace decir a una persona “yo te amaré incluso en la adversidad”? Decir “yo te amaré mientras seas joven y guapo/a y mientras me encuentre bien contigo” no causa sorpresa. Lo otro sí impresiona. Es un amor que supone una concepción de lo que es, en profundidad, el ser humano con quien voy a unir mi vida. Es una visión de la dimensión metafísica de la persona humana 1. La palabra “metafísica” no es un término común para los que no son filósofos. Pero, en realidad, sólo nos quiere decir que el ser humano es algo más que su realidad física y psicológica.
A nadie le es desconocido lo que la adversidad en el matrimonio puede llegar a ser. Conocemos los sufrimientos reales de muchos matrimonios y lo que la ciencia psicológica ha descubierto en cuanto a las deficiencias y enfermedades psíquicas que, en algunos casos, hacen difíciles e incluso imposibles unas verdaderas relaciones humanas: elecciones motivadas por razones torcidas, incapacidad de comunicación emocional, miedo al compromiso, afán de dominio, inmadurez, egoísmo. Una cierta literatura ha divulgado ideas sobre la imposibilidad del ideal de amar a una persona para siempre. Pienso en libros como Mujeres que aman demasiado, de Robin Norwood, y que comienza con esta frase: “Cuando estar enamorado supone vivir en el dolor, entonces se está amando demasiado”. Desde luego hay que interpretar esta frase en todo el contexto del libro, pero, por sí sola, nos da una idea de cómo se piensa hoy sobre el tema.
Es un hecho que existe una crisis general de la verdad y de los conceptos. Esta crisis afecta especialmente el concepto del amor. Ha llegado a ser una palabra que significa todo y nada. Ahora bien, si el matrimonio se basa en una idea falsa de lo que es el amor, no subsistirá. Lo podemos comparar a la construcción de un avión: si se construye pensando sólo en los gustos, en los colores, etc., pero sin tomar en cuenta las leyes de la aerodinámica, entonces el avión estará muy bien para las fotografías, para quedarse en tierra, pero no para volar por el aire, que es donde le corresponde moverse. Una vez construido sobre información falsa, de nada servirá “retocarlo” cuando no funcione. Estará viciado en su raíz. Lo mismo sucederá a un matrimonio construido sobre una idea falsa del amor y de la vida. Funcionará el día de las fotografías, pero no podrá “volar”, no resistirá la vida real.
Por desgracia, para una cierta parte de nuestra sociedad el matrimonio sí está construido con información falsa. Una información dominada por la idea del gusto y de la satisfacción propia. Ahora bien, si es difícil vivir a gusto cuando uno está solo consigo mismo, cuánto más complicado será viviendo con otro.
La idea central de la presente reflexión es la siguiente: el amor del matrimonio será capaz de proyectarse más allá de todas las circunstancias, incluyendo la adversidad. Amar al otro en cuanto persona supone buscar para él el Bien Absoluto. Por eso, el matrimonio es un compromiso hasta la muerte. Esta es la esplendorosa idea del amor capaz de fundar un matrimonio: quiero el Bien Absoluto para el ser amado. Querer algo menos para el otro no sería motivo suficiente para amar incondicionalmente.
De este concepto hay una magnífica explicación en el libro Amor y Responsabilidad, que vale la pena resumir aquí. En esa obra, K. Wojtyla, el futuro Papa, hace un análisis del amor. Dice que es una palabra equívoca y que significa muchas cosas: desde el deseo, hasta el amor de complacencia, pasando por la atracción, lo sentimental, el amor de concupiscencia y la simpatía afectiva.
a) El amor del matrimonio tiene que tender a ser un amor de benevolencia
Dado que una persona humana nunca puede ser “usada”, es lógico que el amor más completo entre dos personas tenga que ser coronado por la benevolencia, es decir, el amor a la persona por sí misma y no por interés propio. No es suficiente desear a la persona como un bien para mí; es necesario además, y sobre todo, querer su bien. Y, aunque el amor del
hombre y de la mujer no pueda dejar de ser un amor de concupiscencia (es decir, interesado en su propio placer), ha de tender continuamente y en todas las manifestaciones de la vida común a convertirse en una profunda benevolencia. Si en el origen de la relación no hay más que placer o provecho, dicha relación solo durará mientras cada uno vea en el otro un objeto de placer y provecho propio. Apenas dejen de serlo, la razón de su “amor” desparecerá. No puede durar si no es más que la combinación de dos egoísmos.
b) No basta el amor de la simpatía afectiva, el amor “romántico”.
No basta la simpatía afectiva (es decir, los sentimientos) para fundar el matrimonio. A pesar de lo hermoso que resulta este sentimiento y lo que aporta de calor a la relación, debemos decir que no es suficiente, porque el acento sigue cayendo sobre el propio estado subjetivo: “me siento bien en presencia de esa persona”. Hace falta el compromiso de la voluntad y de la libertad por las cuales se decide querer el bien para la persona amada. La debilidad de la simpatía afectiva proviene de esta falta de objetividad. El amor total no se limita a la simpatía así como la vida interior de la persona no se reduce a la emoción ni al sentimiento.
La simpatía afectiva puede parecerse mucho al amor de benevolencia, pero esconde una buena dosis de ilusión porque se funda, todavía, sobre la emoción. Esto se ve muchas veces en las tergiversaciones de las que es capaz, siempre en beneficio de sí misma. Por causa de esta semejanza con el amor, se cometen muchos errores entre los cuales está fundar en la simpatía una relación como es el matrimonio. Otro error es el de creer que desde el momento en que termina la simpatía el amor también se acaba. Esta opinión, bastante dañosa para el amor humano, denota una laguna en la educación del amor, pues el amor no es solamente algo que “se da espontáneamente”, que “nace”, sino que también necesita de una continua construcción e integración de todas las fuerzas que lo componen. Para entender estas ideas basta observar la relación de ciertas personas que se “enamoran” incluso cuando tales enamoramientos son ilícitos o inconvenientes.
¿Por qué hablar tanto del amor de la voluntad? No es para despreciar el aspecto afectuoso y sensible del amor, sino para señalar la verdadera plenitud a la que está llamado. (Se trata de amar más y mejor! Veamos en qué sentido. Pido un poco de concentración pues son conceptos un poco abstractos, pero con una enorme importancia concreta.
La voluntad es la facultad con la que buscamos lo que es bueno. Es capaz de querer cosas buenas para sí misma y para otros. Pero, también, es capaz de querer el Bien Total e Infinito porque se da cuenta de que las cosas particulares no agotan toda la bondad. Esta percepción del Bien Infinito, esta capacidad para querer el Bien Infinito para sí y para otros constituye la máxima grandeza del amor humano. Este es el amor que funda el matrimonio. Queremos totalmente a una persona cuando buscamos para ella no solamente los bienes particulares sino el Bien Infinito y la Felicidad Absoluta que logramos vislumbrar gracias a nuestro espíritu. Esto es el amor en su máxima expresión.
El Papa nos lo dice de la siguiente manera:
La tendencia quiere sobre todo tomar, servirse de la otra persona, el amor, por el contrario, quiere dar, crear el bien, hacer felices. Bien se ve de nuevo cuán penetrado ha de estar el amor matrimonial de todo aquello que constituye la esencia de la amistad. En el deseo del bien infinito para el otro “yo”, está el germen de todo el ímpetu creador del verdadero amor, ímpetu hacia el don del bien a las personas amadas para hacerlas felices.
Este es el rasgo divino del amor. En efecto, cuando un hombre quiere para otro el Bien Infinito, quiere a Dios para ese hombre, porque sólo Dios es la plenitud objetiva del bien y sólo Dios puede colmar de bien al hombre. Por su relación con la felicidad de algún modo está rozándose con Dios. Es verdad que “plenitud de bien” y “felicidad” no suelen entenderse explícitamente así. “Quiero tu felicidad” significa: “Quiero lo que te hará feliz, pero de momento no me preocupa qué es la felicidad”. Sólo la gente profundamente creyente dice expresamente: “Es Dios”. Los otros no terminan su pensamiento, como si dejasen en esto la elección a la persona amada: “Lo que te hará feliz, es lo que tú mismo deseas, eso en lo que tú ves la plenitud de tu bien”. Toda la energía del amor se concentra al exclamar: “Soy yo el que lo quiere para ti”
1Cfr. Carta de Juan Pablo II a las familias en ocasión del año de la familia, 2 de Febrero 1994
2Amor y Responsabilidad, Madrid, Razón y Fe, 1978 (12a. ed), pp.150-151.

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